miércoles, 23 de mayo de 2012

CELEBREMOS EL DÍA DE PENTECOSTÉS

Según el calendario litúrgico el Día de la Ascención es aquella fiesta que la iglesia cristiana celebra cuarenta días después del domingo de resurrección. En ese día se conmemora la subida de Jesús a la presencia de su Padre tras anunciar a sus discípulos que enviaría al Espíritu Santo. Diez días después se dio cumplimiento a esa promesa. El Espíritu llegó como el "estruendo de un viento recio" (Hch. 2,2) cincuenta días después de la Pascua. Desde aquella fecha la iglesia lo celebra como el domingo de Pentecostés conmemorando así su nacimiento. En muchas iglesias evangélicas estas dos celebraciones pasan desapercibidas o no tienen la misma atención como aquellos dos acontecimientos igualmente trascendentes de la historia de la Salvación: la Navidad (su nacimiento) y la Pascua (su muerte y su resurrección).

Con la llegada del Espíritu Cristo fundó la Iglesia y marcó su carácter para siempre. El teólogo español José Ignacio Gonzáles Faus afirma que "la primera iglesia es el Espíritu Santo" porque "universaliza el cuerpo del Resucitado" y crea "céludas de vida" que son la señal de la presencia de Cristo en el mundo. Por su parte el profesor Juan Stam dice que "el Pentecostés, según el capítulo 2, ocurrió en tres momentos. En primer lugar, experimentaron los poderosos dones del Espíritu Santo (Hch 2:1-13). En segundo lugar, Pedro proclamó el evangelio con un mensaje profundamente bíblico (2:14-41). En tercer lugar, una comunidad transformada practicó el evangelio en todas sus consecuencias (2:42-47)". 

En ese sentido, el Día de Pentecostés antes que FUEGO es FIESTA, es decir, no recordamos las lenguas de fuego que aparecieron repartidas en las cabezas de los discípulos, sino que celebramos el carácter universal del amor de Padre y su mensaje creador de vida. Así nos lo deja saber el sermón de Pedro. Él no predicó sobre las lenguas ni sobre el Espíritu Santo, sino sobre el señorío de Jesucristo. Dijo que Jesús está sentado a la diestra de Dios Padre (2,33) y que Dios lo hizo Señor y Cristo (2,36). Pero, no sólo eso, sino que arremetió contra su público acusándolos de asesinos (2,36). Pedro lleno del Espíritu defendió la vida sobre la muerte, denunció a los facinerosos y hacedores de mal y con su predicación creó "células de vida" que se multiplicaron con la predicación de los conversos universalizando así al Resucitado. Juan Stam está convencido que "el don de lenguas aquel día significaba que de ahí en adelante la iglesia entera estaría llamada a ser una comunidad profética en medio de las naciones (2,9-11).

La iglesia nació como comunidad profética y como tal le era necesario y urgente el poder del Espíritu para cumplir su misión: comunicar el mensaje del Evangelio de Dios a los pobres en un mundo donde los pobres no eran tomados en cuenta. El Evangelio de Dios ponía en riesgo la vida de sus mensajeros porque cuestionaba a el orden social establecido, la justicia jurídica reconocida y a sus dioses que legitimaban la ley y el orden. Este evangelio, en definitiva, era revolucionario y tuvo un costo en vidas humanas muy alto. La historia de la iglesia da cuenta de los mártires que cayeron por anunciar este evangelio.

En Hch.1,8 dice: "recibiréis PODER (dúnamis)...[d]el Espíritu Santo y me seréis TESTIGOS (mártus)". La iglesia, siendo que estaba en una etapa embrionaria y sintiéndose heredera de un mensaje revolucionario, le era necesario y urgente la asistencia del Espíritu. La importancia para una iglesia embrionaria y revolucionaria de recibir poder, en un contexto de persecución, radica en la confirmación de la presencia de Dios en ella. El apóstol Pablo va a decir "si Dios con nosotros quién contra nosotros". Los milagros y todas las señales que siguieron a una iglesia naciente confirman que el Dios de Jesús, esta vez a través de su Espíritu, seguía con ellos y que su promesa de vida digna para los pobres seguía vigente. 

El mensaje de Jesús fue radical y revolucionario y por esa razón lo mataron. Del mismo modo, la iglesia sería perseguida por su radicalidad y dimensión contestataria. Decir que Jesús era el Kyrios de Dios en un contexto político donde el César era el único Kyrios, era radical y revolucionario. Decir que el Logos se hizo carne (y todo lo que eso implica para la mentalidad griega y judía), no sólo es locura y tropiezo, sino también radical y revolucionario. Decir que Dios es nuestro Padre, que las prostitutas y los pobres entrarán primero al reino de Dios era radical y revolucionario. Por su mensaje radical y revolucionario persiguieron a los cristianos y pretendieron destruir a la iglesia embrionaria. Para resistir tal persecución era necesario el PODER que reposó en Jesús. Para mantener la fe y la esperanza en medio de esa persecución era necesario confirmar una y otra vez que Dios estaba con ellos. Los milagros y las señales daban esa seguridad.

Alguien podría pregunta ¿y las lenguas, dónde quedan? Las lenguas se justifican para señalar el nacimiento de la iglesia tanto en su versión judía (Hch. 2) como en su versión no judía (Hch. 10). Luego de eso, las lenguas pasaron a ser una manifestación de un don específico. En pentecostés el tema de fondo no son las lenguas, sino el poder de construir una iglesia desde abajo, desde los márgenes. En ese sentido, lo que el Espíritu dice a la iglesia de hoy es que Dios construye su Justicia de abajo para arriba; que construye su Justicia desde la "sin-razón" en contra de la razón empoderada, desde el "no-poder" en contra del poder establecido. Entonces, los que no-tienen-poder recibirán poder para establecer su reino y su justicia aquí y ahora.

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