Es un hecho que la segunda vuelta será entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Es un escenario complejo que exigirá la mayor apertura y concertación posible entre los candidatos y sus electores. Ambos son vistos con extrema desconfianza y profundo resentimiento y razones no les faltan. El talante antidemocrático y autoritario que ambos proyectan hace que muchos crean que se tenga que elegir entre el sida y el cáncer. Pero, ¿es así realmente?. Detrás de cada proyecto político hay una población esperanzada que lo respalda. Ese respaldo tal vez se deba al anhelo de un cambio radical del actual modelo económico o a la añoranza de un pasado dorado y feliz.
Tanto Ollanta como Keiko tienen el respaldo de los sectores D y E, es decir, de los que viven en una situación de pobreza y extrema pobreza. La esperanza de este sector de la población no puede ser considerado ni como sida, ni como cáncer. Son esperanzas legítimas que tienen que ser juzgadas a la luz de sus expectativas de vida más que por sus preferencias electorales. Lo paradójico es que sus esperanzas las pongan en dos candidatos que representan el autoritarismo, la corrupción y la violación de los derechos humanos. Cada uno con su respectivo énfasis.
Una parte importante de los sectores D y E está conformado por evangélicos, en su mayoría pentecostales, que forman parte de denominaciones grandes o iglesias independientes. Resulta sintomático que este sector evangélico justifique el autoritarismo, la corrupción y la violencia a partir de un lenguaje religioso como lo hizo el pastor Julio Rosas en una entrevista en El Comercio. Para él las violaciones de los derechos humanos durante el régimen de Alberto Fujimori fueron un "costo inevitable" y el golpe del 5 de abril una "medida necesaria". Es interesante observar como ambos discursos, el político y el religioso, no colisionan, sino todo lo contrario, se articulan con total facilidad como piezas de una misma estructura.
¿Cómo se conectan los discursos políticos de ambos candidatos con el discurso evangélico de ese sector de la iglesia? Según lo entiendo, estas conexiones se dan a partir de tres presupuestos teológicos claves: el mesianismo davídico, la ética consecuencialista y la expiación vicaria de Cristo.
El mesianismo davídico. Los judíos más radicales esperaban a un mesías con raigambre político. Esperaban al líder nato con cualidades sobresalientes como militar y organizador de masas. Él era un príncipe del linaje de David, un juez y guerrero ungido, es decir, un liberador. Bajo su liderazgo se organizaría y movilizaría al pueblo para expulsar a los operadores políticos del imperio opresor y terminar con la injusticia social. Esta figura política-militar proviene de la tradición monárquica. En un contexto de opresión extrema y en un ambiente exacerbadamente politizado no se podía esperar nada menos. Este tipo de mesianismo concentra el poder en una sola persona al mismo tiempo que auspicia y justifica la violencia. Jesús se distanció de este modelo de mesías por lo que fue rechazado por los judíos radicales de su tiempo. Es decir, su mesianismo no cumplió con sus expectativas.
El mesianismo militar de los tiempos bíblicos es el populismo autoritario de hoy. Por esta razón se pueden escuchar promesas como: recortar la inmunidad parlamentaria, castigar el transfugismo, aumentar el sueldos de policías, profesores, enfermeras e incluso ofrecen internet gratis para todos. En este carnaval de promesas, que desnuda el talante autoritario de los candidatos, se han escuchado promesas subrealistas como la reintroducción de la pena de muerte, el otorgamiento de amnistías, mayores facultades de fiscalización a la contraloría como ente regulador de la corrupción. Todas estas promesas populistas cuando se disfrazan con un lenguaje religioso son fácilmente creíbles.
La ética consecuencialista. Para este razonamiento ético los actos morales se juzgan no sólo por los resultados, sino también por las intenciones. Por ejemplo ¿es moralmente correcto decirle la verdad a una madre -que su hijo falleció en un accidente- a sabiendas que esta verdad puede causarle la muerte? Según la ética consecuencialista, una acción es moralmente correcta cuando sus consecuencias son más favorables que desfavorables. Es decir, se hace un análisis de costo-beneficio. Así, resulta moralmente correcto aceptar el razonamiento "que robe, pero que haga obras", por su pragmatismo y utilitarismo.
La situación de emergencia permanente en la que viven los sectores D y E condicionan su razonamiento ético. Si a esto le sumamos la sobre carga emocional que hay en las liturgias evangélicas, sobre todo, en las pentecostales, entonces, al pragmatismo y utilitarismo se le suma el emotivismo moral. Ante la pregunta ¿qué haría Jesús si estuviera en mi lugar? la respuesta es preferentemente intuitiva y efectivista.
La expiación vicaria de Cristo. Esta doctrina sostiene que Cristo fue un sustituto (vicario), y como tal, tomó el lugar del pecador en la cruz y sufrió su condena. Esta doctrina entiende que la muerte de Jesús es un acto de justicia divina. Justicia que se desprende el imperio de la ley. Si el pecado surge por la desobediencia de Adán, que es desobediencia a la ley divina, la salvación viene por restablecer esa obediencia. La expiación vicaria de Cristo también fue un acto legal, pues con su muerte sustitutoria, Cristo cumplió la ley y pagó plenamente la pena por el pecado. Creer en él es pasar de muerte a vida.
Justificar las violaciones de los derechos humanos como "costo inevitable" de un proyecto militarista de pacificación, es asumir, teológicamente hablando, que la vida surge de la muerte; que el orden y la ley son superiores a la vida, que la política de "mano dura" es deseable para superar todos los males sociales. Este discernimiento obvia que la ley mata y que se mata en nombre de la ley y que Dios dice expresamente "No matarás". Para este razonamiento las víctimas de las guerras son "daños colaterales" o "costos inevitables".
Como puede notarse existen nexos que facilitan la conexión entre los discursos políticos y religiosos que justifican que el voto evangélico de los sectores D y E se canalice a través de los dos candidatos considerados autoritarios, corruptos y con un pasado de violación de los derechos humanos. Aun cuando gran parte del electorado percibe a Ollanta y Keiko como dos candidatos con proyectos extremos, para los sectores D y E ellos no representan opciones antagónicas, todo lo contrario, ellos encarnan la esperanza, el cambio, el maná que Dios envió a los peregrinos del desierto.
El mesianismo militar de los tiempos bíblicos es el populismo autoritario de hoy. Por esta razón se pueden escuchar promesas como: recortar la inmunidad parlamentaria, castigar el transfugismo, aumentar el sueldos de policías, profesores, enfermeras e incluso ofrecen internet gratis para todos. En este carnaval de promesas, que desnuda el talante autoritario de los candidatos, se han escuchado promesas subrealistas como la reintroducción de la pena de muerte, el otorgamiento de amnistías, mayores facultades de fiscalización a la contraloría como ente regulador de la corrupción. Todas estas promesas populistas cuando se disfrazan con un lenguaje religioso son fácilmente creíbles.
La ética consecuencialista. Para este razonamiento ético los actos morales se juzgan no sólo por los resultados, sino también por las intenciones. Por ejemplo ¿es moralmente correcto decirle la verdad a una madre -que su hijo falleció en un accidente- a sabiendas que esta verdad puede causarle la muerte? Según la ética consecuencialista, una acción es moralmente correcta cuando sus consecuencias son más favorables que desfavorables. Es decir, se hace un análisis de costo-beneficio. Así, resulta moralmente correcto aceptar el razonamiento "que robe, pero que haga obras", por su pragmatismo y utilitarismo.
La situación de emergencia permanente en la que viven los sectores D y E condicionan su razonamiento ético. Si a esto le sumamos la sobre carga emocional que hay en las liturgias evangélicas, sobre todo, en las pentecostales, entonces, al pragmatismo y utilitarismo se le suma el emotivismo moral. Ante la pregunta ¿qué haría Jesús si estuviera en mi lugar? la respuesta es preferentemente intuitiva y efectivista.
La expiación vicaria de Cristo. Esta doctrina sostiene que Cristo fue un sustituto (vicario), y como tal, tomó el lugar del pecador en la cruz y sufrió su condena. Esta doctrina entiende que la muerte de Jesús es un acto de justicia divina. Justicia que se desprende el imperio de la ley. Si el pecado surge por la desobediencia de Adán, que es desobediencia a la ley divina, la salvación viene por restablecer esa obediencia. La expiación vicaria de Cristo también fue un acto legal, pues con su muerte sustitutoria, Cristo cumplió la ley y pagó plenamente la pena por el pecado. Creer en él es pasar de muerte a vida.
Justificar las violaciones de los derechos humanos como "costo inevitable" de un proyecto militarista de pacificación, es asumir, teológicamente hablando, que la vida surge de la muerte; que el orden y la ley son superiores a la vida, que la política de "mano dura" es deseable para superar todos los males sociales. Este discernimiento obvia que la ley mata y que se mata en nombre de la ley y que Dios dice expresamente "No matarás". Para este razonamiento las víctimas de las guerras son "daños colaterales" o "costos inevitables".
Como puede notarse existen nexos que facilitan la conexión entre los discursos políticos y religiosos que justifican que el voto evangélico de los sectores D y E se canalice a través de los dos candidatos considerados autoritarios, corruptos y con un pasado de violación de los derechos humanos. Aun cuando gran parte del electorado percibe a Ollanta y Keiko como dos candidatos con proyectos extremos, para los sectores D y E ellos no representan opciones antagónicas, todo lo contrario, ellos encarnan la esperanza, el cambio, el maná que Dios envió a los peregrinos del desierto.
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