Hoy es el segundo domingo después de Pascua de resurrección. Es un domingo
especial no solo por el hecho de que
Jesús ha resucitado, sino porque los discípulos, por medio de esa resurrección,
han confirmado que son “hijos
e hijas de Dios”, y si hijos, “también herederos" del Reino, como dirá años más tarde el autor de Efesios. Se supone
que este hecho es suficiente razón para que la insipiente comunidad cristiana,
que hasta ese momento era una pequeña comunidad de discípulos, deba estar feliz
y celebrando. Pero no lo está, todo lo contrario, está escondida y atemorizada.
La buena noticia de la resurrección de su Mesías no ha logrado disolver
sus fundados temores, ni ha logrado
impulsarlos a asumir su rol de anunciadores de esa resurrección maravillosa. La buena noticia de la resurrección no
ha hecho más que causarles temor y zozobra.
Ceder al temor y la zozobra hubiese significado renunciar al sentido de ser iglesia porque una iglesia escondida y atemorizada
que no cumple con el rol de predicar la buena noticia de la resurrección no
puede llamarse iglesia. Podrá ser un club de amigos con buenas intenciones, pero
no iglesia. Podrá ser una asociación de personas que no le hacen daño a nadie,
pero no iglesia. Para que una comunidad de discípulos llegue a ser una iglesia ha de ser
anunciadora de la buena nueva de la resurrección de Jesús. De lo que trata el texto para hoy (Lc. 20, 19-31) no es tanto de la duda de Tomás, sino del sentido de SER iglesia y de su compromiso de HACER las señales que aprendió de su Maestro.
El temor y el encierro son dos indicadores de que
muchos de los discípulos y, en especial los líderes, han perdido la fe, han
perdido la orientación. No saben qué son y no saben qué hacer, y si
lo saben, no están seguros de seguir siéndolo y haciéndolo. El poder desplegado por Dios para resucitar a Jesús no fue suficiente para convencer a los discípulos de que Dios tenía el control. La muerte
pública de Jesús dejó en claro que el único poder real que existía en el
imperio era el romano y al único soberano al que había que rendirle pleitesía
era al emperador. La situación era crítica e invitaba a preguntarse ¿cómo ser discípulos o comunidad de discípulos después de la
muerte pública de Jesús? Su muerte pública terminó por opacar el sentido de SER iglesia y la
resurrección no logró empoderarlos al punto de impulsarlos a HACER las
señales que confirmen ese insuperable acto de Dios. ¿Cuál es la salida para
esta crisis?
El temor es el origen de una de las más importantes crisis de la incipiente iglesia cristiana. El
temor paraliza a las personas, no las deja pensar con claridad. Tener miedo es tener “fe
al revés”. Es decir, el miedo hace creer firmemente que el mal gobierna,
que la maldad triunfa, que la desgracia es el destino. Tener miedo es tener
confianza en el mal. La única salida para romper con el miedo es recuperar la paz que nace del amor. El evangelio de hoy nos invita a dejar de
sentir miedo y comenzar a confiar en el amor de Dios. Por eso, el saludo de “Paz a vosotros” que Jesús hace a sus
discípulos al entrar en la habitación en donde se encontraban escondidos,
resuena como cántico angelical parecido al que escucharon los pastores de Belén.
La paz predispone a cambiar de actitud. Persuade a desprendernos del miedo. Interpela para dejar de creer en
el mal e invita a creen Dios. Pero, como toda invitación, ésta espera por una respuesta: aceptación o rechazo. No
podemos quedarnos en la incertidumbre por mucho tiempo de lo contrario el miedo
nos comerá enteritos.
El
relato que hemos leído no sugiere que se esté poniendo en duda la resurrección misma de Jesús,
sino la conveniencia de creer en esa resurrección. Si leemos con atención
podemos darnos cuenta que hay discípulos que creen en el hecho fáctico de la
resurrección. Los discípulos que creyeron le dicen a Tomás, “hemos visto al Señor”. Pero Tomás responde “Si no veo en sus manos las
heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado,
no lo podré creer”. Esto evidencia que el
problema no está en ese hecho fáctico, sino en las implicancias políticas y
religiosas de creer. Dadas las circunstancias en que murió Jesús ¿conviene
creer que resucitó? ¿Estaba la comunidad de discípulos en capacidad de desafiar
la autoridad romana y judía? ¿Era conveniente, política y religiosamente, asumir
una posición “contestaría”?
La muerte de Jesús había demostrado que su prédica y sus
milagros no eran reconocidos como válidos y cualquier práctica similar estaba
desautorizada. Insistir en ello era tomar una posición abiertamente rebelde. Sin
embargo, el relato da pistas para asumir una posición de confianza y lograr
salir del círculo vicioso en los que nos mete el miedo. Cuando Tomás da su famosa respuesta lo que está expresando es el mismo clamor que expresó el padre de aquel muchacho endemoniado cuando exclamó: "creo, ayuda mi incredulidad". Podemos llamarlo duda, falta de fe, temor, como sea, pero lo que
Tomás expresa es un profundo deseo de seguir creyendo a pesar de que no quiere
creer. Él, al igual de muchos, ha creído en el mensaje de Jesús y ha visto los
milagros de Dios, sin embargo, tiene miedo de seguir creyendo porque eso le
puede costar la vida como le costó a su Maestro.
Cuando Jesús desafía a Tomás a meter su mano en sus heridas lo que está haciendo es invitarlo a confiar en que sigue siendo el mismo: tiene el mismo cuerpo, anuncia el
mismo mensaje, cuenta con el mismo respaldo de Dios, es decir, sigue teniendo
la misma autoridad y el mismo poder. Lo que nos enseña el Evangelio hoy es que
no hay ninguna ruptura entre el Jesús antes de la cruz, el Jesús de la cruz y el
Jesús después de la cruz. Lo que afirma el Evangelio hoy es que el “El
resucitado es el crucificado”. En resumen, lo que proclama el Evangelio hoy es
que Dios sigue siendo Dios y sigue respaldando a Jesús. Proclama también que Jesús sigue acompañando a su iglesia y que por esa razón no hay por qué sentir miedo. Pablo lo dijo de la siguiente manera: “Si Dios es por nosotros, quién contra nosotros”.
La iglesia de Jesús es una iglesia convencida del poder de
Dios; es una iglesia que confía en que Dios ha vencido al mal; es una iglesia
que cree en la resurrección de Jesús, pero sobre todo, es una iglesia que cree en la conveniencia
de seguir creyendo en la resurrección a pesar de las circunstancias adversas. Es una iglesia que
anuncia el triunfo definitivo de Dios por medio de esa resurrección. Si somos
iglesia de Jesús, salgamos al mundo a gritar las buenas nuevas del Evangelio y veremos las maravillas que Dios hace en medio nuestro.
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